A nosotros nos empuja un país (+fotos)

En ocasión del aniversario 64 de la fundación de los Órganos de la Seguridad del Estado, creados el 26 de marzo de 1959, Escambray conversa con dos octogenarios héroes, quienes desde las sombras neutralizaron decenas de planes desestabilizadores y terroristas contra la nación cubana

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Milicianos de toda Cuba se movilizaron para la Lucha Contra Bandidos. (Foto: Archivo Escambray)

El jeep frenó en seco y estuvo a punto de golpear a aquel muchacho que, blanco como un fantasma, se había lanzado delante del vehículo. En una de sus manos alzaba un cubo para cargar agua y no paraba de temblar. Eran poco más de las seis de la mañana del 29 de abril de 1964.

De inmediato y ante el asombro de todos, el adolescente articulaba un manojo de palabras que jamás olvidaría Emerio Hernández Santander, quien, en esa fecha, se desempeñaba como jefe del oficial de la Seguridad del Estado que atendía directamente a Alberto Delgado Delgado.

—Oigan, aquí desnu’o hay un ahorca’o.

La idea, que desde la noche anterior había martillado la cabeza de Hernández Santander, se convertía ahora en negra premonición y, más tarde, al llegar al lugar, se haría realidad: Alberto colgaba de un árbol a orillas del río Guaurabo. Su cadáver presentaba todo tipo de señales de torturas y vejaciones.

Emerio Hernández Santander se desempeñó como jefe del oficial de la Seguridad del Estado que atendía directamente a Alberto Delgado. (Fotos: Yosdany Morejón/Escambray)

Murió por “asfixia como causa directa y, como indirecta, ahorcamiento”, diría después el certificado de defunción; sin embargo, verlo en esa pose macabra impactó tanto a Emerio que aún hoy llora al rememorar lo vivido. Hace una pausa, respira profundo y cuenta: “La zona del Escambray estaba dividida en sectores y yo era el jefe del sector F, con ocho oficiales de la contrainteligencia bajo mi mando”, confiesa a este órgano de prensa.

“Dentro de ellos se encontraba Longino Pérez Díaz, el oficial que atendió todo el tiempo a Alberto Delgado desde que llegó al Escambray, y da la coincidencia que cuando asesinan a Alberto yo iba por la carretera manejando, con el jefe de la Seguridad de la provincia Aníbal Velaz Suárez, Luis Felipe Denis Díaz y Orlando Remedios Hernández.

“Jamás podré borrar esa escena de mi mente. Fue algo terrible el verlo así, colgado. Ya le habíamos alertado del peligro que corría si se quedaba en el Escambray, pero Alberto se negó a marcharse”.

Alberto, quien siempre “actuó” bajo la apariencia de un resentido miembro del Ejército Rebelde, prefirió morir antes que claudicar, porque bien sabía que su misión contribuía a conocer de antemano los planes del enemigo y evitaba el asesinato de gente inocente o la muerte de milicianos en las operaciones militares.

“Yo corté la soga con la cual lo habían ahorcado y Remedios cargó su cuerpo sin vida. Luego mis compañeros me dejaron solo al cuidado del cadáver y partieron a realizar las necesarias diligencias en casos como este. Aníbal y Denis se fueron a llamar al Ministro del Interior y Remedios vino para Trinidad a buscar al médico, al juez, a la policía y también el carro fúnebre”.

Aunque era un agente infiltrado, al cadáver había que realizarle los mismos procedimientos que al de un ciudadano común, por lo cual, según explica el otrora capitán, no se le pudo decir la verdad a nadie, al menos en ese momento. 

“Yo me quedé tres horas debajo de una mata, en pleno monte, cuidando el cuerpo. Fue un momento muy difícil, pero uno tiene que reponerse de golpes como ese y seguí durante 30 años más al servicio de la Seguridad del Estado”.

Una enfermedad del riñón obligó a Emerio a jubilarse en julio de 1990, pero en su extensa hoja de servicios a la Revolución protagonizó misiones de gran envergadura. En todas lo distinguió el sentido de la ética y del deber.  

Por ello afirma que un oficial debe ser una persona llena de valores humanos y con un gran poder de decisión y que jamás debe caer en debilidades que atenten contra la moral o la integridad ética: “Eso es ser un verdadero oficial. Sin prestigio no tienes autoridad”, aclara.

Se trata de un guajiro que nació en el campo y se mudó para el pueblo a los 16 años, aunque siempre estudió desde temprano, dice, porque sus padres trabajaban en el ferrocarril y tenían una situación económica un poco más favorable.

“Así me hice mecanógrafo con tan solo 15 años y si de algo estoy seguro es de que hay que defender esta Revolución hasta con los dientes”.

Santander había llegado al Escambray procedente de la lucha clandestina e ingresó en los órganos de la Seguridad del Estado en 1960. “Ese propio año me ubicaron en Topes de Collantes como mecanógrafo para transcribir las actas de los interrogatorios y allí estuve hasta marzo de 1961 que fui para Santa Clara”.

Pero tres meses después regresaría, ahora ya como oficial operativo, y estaría allí durante los cinco años que duró la Lucha Contra Bandidos.

A sus 82 años y siete meses de vida, este hombre aconseja a las nuevas generaciones y se siente tan útil como cuando, décadas atrás y vestido de uniforme, neutralizaba los más enrevesados ardides que pudiesen tramarse contra un sistema social al cual le asiste todo el derecho del mundo a defenderse. “Que nadie lo dude, si la Revolución cubana sigue en pie se debe, en gran medida, al accionar de los hombres y mujeres que integran las filas de la Seguridad del Estado”.

Arístides Menéndez Fernández estuvo vinculado al esclarecimiento de los sabotajes que se hicieron en la construcción de la presa Zaza.

AL PUEBLO NO LE PUEDES FALLAR

El hoy teniente coronel retirado Arístides Menéndez Fernández enfrentó su caso más difícil a comienzos de la década del 70 del pasado siglo, cuando las maquinarias agrícolas del central 7 de Noviembre, enclavado en el Sur del Jíbaro, fueron víctimas de una serie de sabotajes que perseguían dañar la economía cubana y atentar contra la estabilidad en la zona.

Tiene 80 años y aún conserva una mirada tan aguzada que asemeja a una suerte de Sherlock Holmes octogenario. “Yo pertenecía a operaciones de la Seguridad del Estado y en aquel entonces era el responsable de la investigación, en coordinación con el oficial operativo de la zona. Gracias a nuestro accionar se identificó al autor de los hechos, quien luego fue sancionado. Esto sirvió de profilaxis a la actividad contrarrevolucionaria.

“También estuve vinculado al esclarecimiento de los sabotajes que se hicieron en la construcción de la presa Zaza, donde un grupo al servicio de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) logró dañar los equipos que regaban los materiales que se usaban en la cortina de la presa”.

Arístides nació en Trinidad, pero vivió su niñez y juventud en La Habana, porque su padre trabajaba en las oficinas del Ministerio del Azúcar, y vino a Sancti Spíritus cuando la intervención de los centrales azucareros.

Era tan solo un chico imberbe cuando decidió consagrar su vida a los órganos de la Seguridad del Estado. Por aquel entonces corría el año 1961 y él, con tan solo 19 y sin ser oficial, formaba parte de un grupo de apoyo al trabajo operativo.

No fue hasta febrero de 1969 que integraría de forma oficial las filas de la contrainteligencia hasta diciembre del 2001, que se jubiló por motivos de salud.

“En abril de 1986, estando en Angola con el grado de capitán, fui ascendido a mayor y en 1992, aquí en Cuba, me ascendieron a teniente coronel”.

¿Qué significó la experiencia de trabajar tantos años al servicio de la Revolución de manera incondicional?

Eso se lleva en el corazón. Se aprende de verdad lo que es un proceso revolucionario y se defiende al pueblo.

¿Qué pasaba por su mente mientras se jugaba el pellejo?

Se piensa en muchas cosas, pero lo más importante siempre es el pueblo al que estás defendiendo, sus logros y saber que la causa por la que luchas es justa. A nosotros nos empuja un país.

No puedes pensar en ti porque nunca estás solo; detrás de ti hay una nación, un pueblo al que no le puedes fallar.

¿El mayor susto?

Fue estando en Angola, la primera vez que entró la Unita (Unión Nacional para la Independencia Total de Angola) a Cabinda. El enemigo penetró hasta el fondo de nuestra posición por la parte de atrás y tuve que salir muy rápido a enfrentar el ataque, pero no me di cuenta de que salí en ropa interior y fusil en mano.

Del susto te repones enseguida, sobre todo por la responsabilidad que tenía en aquel entonces de defender a los colaboradores civiles que se encontraban en el lugar.

Luego, como parte de mi misión en Angola, en el asesoramiento al jefe de la contrainteligencia en la provincia de Cabinda, viví muchos sustos. Allí estuve como asesor entre 1984 y 1987. Te reitero, fueron años muy duros y situaciones muy fuertes.

La producción de petróleo tiene un peso significativo en la economía de Angola y se preparó un ataque por parte de un comando enemigo, pero nosotros trabajamos muy bien el caso para evitar el ataque y detener a todos los implicados.

Yosdany Morejón y José F González Curiel

Texto de Yosdany Morejón y José F González Curiel

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