Crónica de un contagio anunciado

La proliferación de numerosos virus en los últimos meses ha puesto en jaque a buena parte de la ciudadanía, que también tiene responsabilidad en la desfavorable situación epidemiológica

Ilustración: Osval

“No sabía que estaban criando cerdos ahí debajo”, le dije en un tono entre sarcástico y jaranero, al verla verter por el orificio encima del registro de alcantarillado una olla repleta de desechos de comida. 

La mujer se insultó, y me insultó a la vez, ofendida por mi observación. Supe enseguida que no siempre se consigue un mejor resultado con el enfrentamiento directo; recordé que en materia de corrección de conductas relativas a la convivencia social falta mucho por aprender, y que cualquiera no admite un sermón, por más daño que inflija con sus actos al bienestar colectivo. 

Seguí viendo, en aquel mismo punto de la ciudad de Sancti Spíritus, a personas que vierten basura en la cavidad diseñada para recibir y dejar pasar aguas residuales. No se trata de un registro común, sino de uno atípico en un boquete donde confluyen numerosas viviendas. Días atrás un vecino de allí echaba pomos plásticos que apenas cabían, pero llegaron a caer dentro. 

Eso me hizo recordar un meme que he visto más de una vez por las redes sociales de Internet, cuyo texto es más o menos este: “Papá, ¿ellos son los de la basura?”, pregunta un niño, apuntando hacia el carro donde colectan los desechos. Y el padre le responde: “No, mi amor, ellos son los de la limpieza; los de la basura somos nosotros”. 

Con esto de varios virus circulando por el ambiente de cualquier pueblo o ciudad y de la gente enfermando como si se tratase de una epidemia (muchos aseguran que se trata de una y hay quien hasta presume que es provocada desde el exterior) cualquier irregularidad en materia de higiene es muy perjudicial. Y los descuidos e indisciplinas no se limitan al vertimiento de residuos dentro de las redes que solo deberían conducir agua, y que pueden un día colapsar. La gente coloca su basura lo mismo en los lugares habilitados para ello que en los espacios públicos más visibles, y los basureros barriales en algunos casos alcanzan dimensiones alarmantes.

Malo, cuando todos andan (andamos) huyendo del chikungunya, o eso decimos, como si fuese esa la única enfermedad que está provocando contagios, enfermos de mayor o menor gravedad y hasta muertes.

Es una carrera contrarreloj, porque nadie sabe cuándo va a “caer”. Lo mismo empieza con un malestar digestivo que con un dolor súbito en una de las articulaciones o con una fiebre repentina, escalofríos o malestar general. 

Dicen que el primer día es como si te hubieran colocado en el abdomen un saco de cemento, que cuando puedas ponerte en pie caminarás como un cangrejo y que al cabo de uno o hasta más meses podrías sentirte todavía inútil, particularmente por los dolores en las articulaciones.

Entonces la carrera es para conseguir lo presumiblemente necesario en caso de contagio, que en unas ocasiones alcanza a todos los miembros del núcleo familiar y en otras, inexplicablemente, se comporta de forma selectiva, por más cercana que sea la convivencia.

Algunos han llegado a concluir que la única vía de contagio no es el mosquito, y que en los casos más severos podría tratarse de varios virus a la vez, como resultado de lo cual la gente, que no siempre acude al médico ni hay allí indefectiblemente los medios para identificar la índole de la dolencia, a veces no sabe de qué enfermó. Con esto último (la superposición de los virus) coinciden criterios especializados difundidos por la prensa nacional. Se habla, además del chikungunya, de dengue y zika, así como de covid y otros virus de infección respiratoria.

Conseguir todo lo necesario resulta difícil, a veces imposible, por la carencia de recursos o la carestía de los mismos, incluidos los medicamentos. En un país aquejado desde hace meses por este tipo de enfermedades que demandan hidratación —algo en lo que se insiste siempre—, sorprende la ausencia prolongada de sales de rehidratación oral en las farmacias. No siempre se tienen a mano los productos necesarios para prepararlas en casa, en tanto la producción industrial parece resultar muy viable.

Entonces, cuando no tienes de algo, ahí están los vecinos, generalmente dispuestos a colaborar en la medida de lo posible. Gracias a ellos y a las amistades, se ha restablecido la salud de muchos enfermos, y también se han salvado vidas. Es un hábito del cubano ayudarse mutuamente, algo de aquí que no se ve en todas partes y que la gente extraña cuando está en otro lugar.

Como no queda claro si “el virus” se difunde por alguna otra vía además de la picada del Aedes aegypti, mucha gente evita hacer visitas, se unta repelentes improvisados, a falta de otros, o ahuyenta con sahumerios caseros los insectos perversos. Se dice que hay olores más apropiados para ello, como el de la cáscara de limón o naranja, caña santa, yagruma, menta y clavo de olor, además de otras hierbas. Pero conseguir, por ejemplo, un limón puede resultar difícil por estos días. 

Entre la falta de combustible para la generación eléctrica (es sabido que en la oscuridad y sin ventiladores el mosquito pica con más facilidad) y para la recogida de basura, cierto abandono en lo tocante a la higienización de las calles y el descuido notorio de una parte de la ciudadanía, que en lugar de colaborar atenta contra la higiene ambiental, estamos abocados a un empeoramiento de la situación epidemiológica. 

La clave, entonces, está en la autodisciplina y el cuidado familiar e individual de cada quien. Las recomendaciones médicas tocantes a medidas preventivas se reiteran a diario, y siempre hay alguien que te lo hace saber si no pudiste escucharlo: es preciso tomar abundante líquido, vitaminas si se tienen a mano ayudan mucho, conviene no automedicarse y evitar determinados fármacos en la fase inicial de la enfermedad, dando por sentado que se trata de la ya muy popular chikungunya. Dicho nombre, de origen africano y que significa, apunta la Wikipedia, «doblado por el dolor», que casi nadie podía pronunciar al comienzo, ya se repite hasta en tono de jarana, distorsionado: chikungumba, chikungumbia, chikundunga, chikundengue y algunas otras variantes. 

La gente camina extraño después de haberla padecido, generalmente con dificultad. Y las secuelas pueden ser severas, incluso invalidantes. 

Nadie quiere enfermar, por eso todos andan (andamos) como escapando de algo que nos persigue, pendientes de cómo se comporta “la cosa” (así también le llaman) en el barrio y escuchando a cada momento que “cayó fulano” o “cayó mengano”. Cuando el contagio pica cerca no queda otra opción que persignarse y esperar. 

Muchos comparten la creencia de que todos enfermaremos tarde o temprano, que “esto es peor que cuando la covid, porque entonces sabíamos cómo se contraía”. El tema ha conseguido, por mucho, desplazar al de los apagones, que siguen ahí, como el dinosaurio del cuento de Augusto Monterroso, incluso más crudos en algunas regiones del país.

El ingenio hace de las suyas hasta en las circunstancias más adversas y así se ven, en grupos de WhatsApp, abrazos “chikunguyanos” y chistes a costa del sufrimiento casi obligado. Sin embargo, el modo más simpático que he escuchado para aludir a esa probabilidad de enfermar que se respira hasta en el aire fue el saludo de aquel amigo a quien me encontré días atrás en el parque de la Iglesia de la Caridad. Cuando le pregunté cómo estaba me respondió sonriente, sin más preámbulos: “Aquí, escondí’o hasta que me encuentre”.

Delia Proenza

Texto de Delia Proenza
Máster en Ciencias de la comunicación. Especializada en temas sociales. Responsable de la sección Cartas de los lectores.

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