La Guerra Chiquita en Sancti Spíritus

Los preparativos y el desarrollo de la llamada Guerra Chiquita en la jurisdicción espirituana, que estalla el 9 de noviembre de 1879, significaron un calvario para el general Serafín Sánchez Valdivia

Guerras de independencia,Serafín Sánchez
La inteligencia española logró penetrar y destruir desde dentro varias organizaciones independentistas.
La inteligencia española logró penetrar y destruir desde dentro varias organizaciones independentistas.
La inteligencia española logró penetrar y destruir desde dentro varias organizaciones independentistas.

Sabida es la participación de Serafín Sánchez Valdivia en la salida de Cuba, sin desdoro de sus méritos, del patriota José Ramón Leocadio Bonachea en abril de 1879, con lo que este se convirtió en el último jefe insurrecto cubano en dejar la manigua. Por contraste, la ignorancia de unos, y mala fe en otros, acerca de esa actuación, derivó en críticas injustas de ciertos compatriotas hacia el paladín espirituano, inmerso en los preparativos para el nuevo intento independentista que se llamó al cabo Guerra Chiquita.  

Como expresó por escrito el propio Serafín y se deriva del análisis de los hechos, tres factores lo llevaron a presionar a Bonachea para que cesara la lucha, y estos fueron la carencia de perspectivas de aquel empeño heroico sin la organización debida, carente de apoyo en la isla y desde el exterior para mantenerlo; el estorbo a los planes de un nuevo levantamiento que ya se preparaba contra España y, en tercer lugar, el deber de pariente y amigo de evitar la muerte del santaclareño en un esfuerzo inútil.

Por eso expone Serafín en una carta estas razones al general Carlos Roloff, que, entre otras cosas, plantea: “(…) al permanecer este hermano más de un año en el campo y no recibir auxilio de nadie (…), decidí tomarme empeño en que se marchara, salvando el honor de nuestro hombre, y así se hizo”.

Entretanto, continuaban los aprestos en Cuba y la emigración para el reinicio de la contienda de diez años, que mancilló la dignidad de los cubanos con el oprobio del Pacto del Zanjón, salvada poco después en Mangos de Baraguá por la hombradía del General Antonio Maceo y su puñado de valientes, y emulada en Sancti Spíritus por Bonachea y los suyos.

El centro para el nuevo empeño libertario fue el Comité Revolucionario Cubano encabezado por el general Calixto García Íñiguez, en Nueva York, que nucleaba a un grupo de residentes cubanos, y que no tardó en fomentar clubes de emigrados de la isla en otras ciudades de Estados Unidos y también de República Dominicana y Jamaica.

LA GUERRA BREVE

La historia recoge que la Guerra Chiquita comenzó en Cuba el 24 de agosto de 1879, cuando se alzan en las comarcas de Holguín y Gibara cerca de 500 hombres, levantamiento que fue secundado dos días más tarde en Santiago de Cuba, Mayarí, Baracoa y otras zonas orientales, teniendo entre sus principales jefes a Guillermón Moncada, José Maceo y Quintín Bandera, entre otros.

Como en la Guerra Grande, Las Villas se incorporaría desfasada a la contienda, pues no fue hasta el 9 de noviembre de ese año que se producen los pronunciamientos en esta región. A saber, Serafín Sánchez en Sancti Spíritus, Francisco Carrillo en Remedios y Emilio Núñez en Sagua, mientras en Arroyo Blanco se lanzó a la manigua el coronel Pancho Jiménez, quien se presentó a los españoles 13 días más tarde.

Serafín, quien se mueve con sus fuerzas por la zona, se entrevista a inicios de diciembre, en la finca El Hato, de José de Jesús García, con el general Carrillo, a quien encuentra “animado y con su calma habitual”, según refiere. En el propio lugar empiezan a manifestase claros indicios de las causas que provocarían el fin de aquel empeño, cuando es juzgado en consejo de guerra y ejecutado el espía y asesino a sueldo cubano Antonio Rubio, enviado allí con órdenes de envenenar al prócer espirituano.

No tardan en evidenciarse los enormes escollos que enfrentará la nueva guerra, pues parte de las organizaciones de apoyo son penetradas por la inteligencia española y proliferan denuncias y traiciones que comienzan a generar desánimo en los grupos de alzados, a lo que se suma la redoblada persecución de las tropas españolas, encabezadas por el mismísimo Capitán General Ramón Blanco, en el centro de la isla, contra las huestes insurrectas. 

A ello se añadió desde un comienzo la acción desmovilizadora del Partido Liberal Autonomista, de estructura nacional y formado principalmente por gente adinerada y jefes y oficiales desmovilizados de la Guerra Grande, como Marcos García, su principal figura en Sancti Spíritus, y Juan Bautista Spotorno, con igual jerarquía en Trinidad, quienes usan activamente para su causa la prensa que les es adicta, mítines, impresos y otros medios.

Para colmo, en Cuba, y sobre todo en el exterior, la propaganda integrista presenta al nuevo brote armado como una “guerra de negros”, donde se les atribuye a los de color la intención de dominar el país y hacer de la isla otro Haití, lo que resta apoyo a Maceo, a la sazón en Centroamérica, para venir a su patria a incorporarse a la lucha armada.

Pronto en el campo insurrecto la situación deviene desesperada, pues no reciben prácticamente ningún apoyo material ni de dentro ni de fuera de la ínsula, mientras los efectivos alzados merman cada día por las numerosas presentaciones de oficiales y soldados alzados.

Prolijo sería referir las atroces condiciones que les tocó vivir a Serafín y sus hermanos Tello y Plácido —como a otros muchos patriotas—, acosados como alimañas, sin alimentos, casi desnudos y con escasas armas y pertrechos de guerra para enfrentar a las numerosas y bien apertrechadas tropas españolas. 

LA HISTORIA SE REPITE

Hasta donde sabe este redactor, no existe constancia escrita de alguna manifestación al respecto de Serafín Sánchez, pero el calvario vivido por él, la situación agónica en que se vio al cabo de casi un año de combates y penurias, tiene que haber traído a su memoria, ya al final de aquella guerra perdida, a su amigo Ramón Leocadio, pues hubo muchas similitudes en ambos casos, solo que Serafín, incluso, se las vio peor.

Después de mucho batallar y lograr a veces casi imposibles victorias contra las tropas hispanas, Serafín se vio obligado a tramitar su salida del país por medio de personas de su absoluta confianza, entre las cuales su esposa Pepa Pina, sus padres y amigos allegados, con “factores influyentes”, para evitar una muerte que consideraba inútil para la causa, o, en su defecto, el estigma de una presentación a las autoridades colonialistas. Por eso Serafín parte al exilio el primero de agosto de 1880 por la zona de Caibarién, junto a sus amigos y compañeros Rafael Río-Entero, José Medina y Plutarco Estrada.

Ya en vías de marcharse, escribe a su madre Isabel María de Valdivia: “El dejarla a usted y demás familia me es sumamente sensible, pero de este modo evito una muerte segura e inútil (…) Me marcho contento porque al fin salgo huyendo de esta tierra en que no deseo vivir sin dignidad (…) yo siempre escribiré desde el extranjero, donde esperaré mejores tiempos para venirlos a ver a ustedes, único amor que me queda en esta tierra desgraciada”. Era una coyuntura triste que él compensó con creces hasta el fin de sus días.

Nota: En La Habana José Martí es detenido el 17 de septiembre de 1879 y ocho días más tarde lo deportaron a España, fracasando así su proyecto de alzamiento al sur de Güines junto con Juan Gualberto Gómez y otros patriotas.

Pastor Guzmán

Texto de Pastor Guzmán
Fundador del periódico Escambray. Máster en Estudios Sociales. Especializado en temas históricos e internacionales.

Comentario

  1. soy trinitario por parte de mi madre, siempre abro esta pagina para recordar mis raices, además aún tengo familia en esa linda patria chica, sigan informando como lo hacen.

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