Esmer, el adalid de la cuerda floja (+fotos)

A sus 81 años de edad, Cirilo Esmer Hernández Martínez sigue como referencia del arte circense en Sancti Spíritus

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Esmer guarda con pasión cada uno de los implementos del circo. (Fotos: Greidy Mejía/Escambray)

Recostado a la pared del portal, ubica su taburete. Hasta esta esquina predilecta de su casa, situada en las afueras de Iguará, al norte de Sancti Spíritus, llega casi a la fuerza. Se auxilia de un simple bastón que carga el paso indetenible de sus 81 años; soporta el dolor de sus piernas gastadas en la cuerda floja, y se convierte en guía, cuando lo abruma el miedo a caer, porque sus ojos ya no brillan como antes.

A pesar de esos traspiés, Cirilo Esmer Hernández Martínez no olvida ni un solo lugar donde guarda los mejores recuerdos de sus años de alambrista. Todos los días se detiene ante las siluetas de los malabares, el rodillo oscilante y otros tantos implementos que duermen en un rincón de la sala.

Los deja allí, porque sabe de sobra que cobran vida en sus noches solitarias y en las presentaciones de cada uno de los muchachos que ha formado en la brigada circense Los Mambisitos, uno de los proyectos más nobles que abraza, en el empeño de rescatar el arte circense desde este apartado paraje de Yaguajay. 

Cuenta Esmer que su desvelo por el circo apareció allá por la década del 50, cuando asistió a varias presentaciones, por esa suerte de privilegio de haber nacido en un pueblo situado en el circuito norte del ferrocarril, hasta el que llegaban incontables compañías, con el propósito de enriquecer la vida de estos sitios.

El artista abraza el recién alcanzado Premio de Circo Turán.

“Tendría yo 15 o 16 años, cuando vino a Iguará el circo Miriam. Allí vi a un mexicano que hacía el número de la cuerda floja y me impresionó muchísimo. Al otro día empecé a practicar con una soga de un palo a otro de la finca de la casa.

“Aquello no le gustó ni un poco a papi. Trabajábamos en el campo y, al ser el mayor de los hermanos, tenía que ayudarlo”, recuerda el artista, y su voz toma color mientras vienen a su mente las imágenes del pasado.

Sin contrariar al padre, Esmer ensayaba todos los días: por las mañanas antes de irse para la escuela, por las tardes, por el mediodía… En el mínimo chance, se subía a la soga e intentaba parecerse a las figuras que veía en las actuaciones.

Desde ese instante tuvo claro que lucharía por convertirse en alambrista a pesar de la negativa de su progenitor. Mas, tenía la satisfacción de que su madre, en cambio, lo apoyaba.

“En una discordia con Jimy, el polaco, un personaje radicado en la zona, este le dijo al director artístico del afamado circo Nelson que en Iguará había un niño que hacía la cuerda floja. Fue entonces que llegó hasta mi casa. Estaba guataqueando malanga y, cuando mi papá vio a aquella gente, me dijo: ‘¡Escóndete, escóndete!’.

“Me refugié detrás de la casa, pero la cuerda floja se quedó armada, y papi no se dio cuenta. Enseguida preguntaron: ‘¡Cirilo!, ¿y Esmer, el artista?’, y papi respondió: ‘¡Aquí no hay artista!’, y ellos le refutaron: ‘Pero eso es una cuerda floja’, y así me descubrieron.

“Salí y tuve que montarme para que me vieran. Al terminar la presentación, uno de los que venían en el grupo le dijo al director del circo: ‘Bueno, Nelson, él no es un gran alambrista, pero es un niño, y va a ser una atracción´”, confiesa Esmer.

Aquellas ráfagas de palabras resultaron balsámicas para el joven artista, a quien le sobraba talento y amor por la cuerda floja. Entre los atuendos de Esmer solo estaban las zapatillas de alambrista. El traje, de camisa blanca de satín con piedras y fajín de corduroy, lo tuvo en apenas una noche, cuando la costurera hizo magia con las telas que compró la madre.

“Hacía 20 días que la Revolución había triunfado cuando el circo Nelson se presentó en Yaguajay. Cuando me subí a la cuerda floja, sentí que el cable me botaba. Las estacas que ellos tenían eran de hierro y estiraban mucho, y yo estaba acostumbrado a aquellos troncos de madera con los que ensayaba en la casa.

“Sentí un poco de miedo, no lo niego. Cuando anuncian: ‘Un hijo de este pueblo debuta por primera vez en un circo’, me cayó un nerviosismo, pero salí. Aquel lugar repleto de gente, de luces…, me emocionó mucho, sobre todo aquel aplauso grande que recibí al concluir el número”, relata Esmer y los ojos le brillan como si estuviera en medio del espectáculo.

Desde entonces nunca más se separó de las cuerdas, y recorrió el país de una punta a otra, a través de las carpas de Yerandi, Dufflar, Santos y Artigas…, el Circo Nacional de Cuba y la compañía circense de la otrora provincia de Las Villas, en la cual permaneció hasta 1986 cuando la jubilación tocó a su puerta.

Sin embargo, cuando pensó que en esta etapa se podría dedicar en cuerpo y alma a la finca de la familia, llegó la propuesta de crear la Casa de Cultura del pueblo, y Esmer no podía quedar fuera. Ni siquiera esperó a que sus manos se libraran de las ampollas provocadas por tantas horas de ensayo detrás de los malabares o el trapecio, y que sus pies descansaran de tanto saltar en la cuerda floja.

La brigada circense Los Mambisitos en una de sus primeras presentaciones. 

En un abrir y cerrar de ojos comenzó a entrenar niños de cuarto a sexto grados y, al mes, avivó la ilusión de todos con la creación de la brigada circense Los Mambisitos, un proyecto que encumbra el arte circense desde este rincón del norte espirituano. En él formó a los muchachos en especialidades como la cuerda floja, los malabares, el contorsionismo, los tiros de acrobacia, el rodillo oscilante, y hasta los convirtió en payasos, animadores, bailarines y asistentes.

Sus ganas inmensas de prestigiar la cultura llenaron de gloria la comarca, que hasta hoy no deja de aclamarlo como el gran adalid del arte circense. Prueba de ello son los alumnos que ha logrado llevar hasta la Escuela Nacional de Circo, de los cuales no pocos recorren hoy el mundo gracias a las enseñanzas de este campesino devenido una estrella de circo.

“Estoy muy contento con los logros de mis niños”, dice el octogenario, al tiempo que repasa los nombres de los que ha abrazado como a sus otros hijos. “Tengo muchos en otros países. Cuando vienen de visita al pueblo, me buscan, y siempre están al tanto de mis problemas. Sus triunfos me hacen feliz”, agrega Esmer, y ahoga las palabras.

A sus 81 años, el también miembro de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (Uneac) carga sobre sus hombros incontables reconocimientos, entre los que destacan: Premio Nacional por la Cultura Comunitaria, Romance de la Niña Mala y Premio Nacional de Teatro Olga Alonso, entre otros que se suman al recién alcanzado Premio de Circo Turán. 

Mas, a pesar de los lauros, a Cirilo Esmer Hernández Martínez lo enorgullece que viva el arte circense. Por ello, cuando sus ojos ya no logran encaminar sus pasos, ha puesto en manos de los más jóvenes la continuidad de la brigada circense Los Mambisitos.

Sin embargo, sus consejos no faltarán, estarán siempre al lado de los retoños que cultivan la manifestación en el terruño. Sus enseñanzas se multiplicarán en las manos de quienes harán malabares, en la voz de los animadores…, en las piernas de quienes, como él, bailarán la vida en la cuerda floja.

Greidy Mejía Cárdenas

Texto de Greidy Mejía Cárdenas

2 comentarios

  1. Conozco a Esmer siendo subdirector de Cultura de la provincia. Excelente persona y forjador de las nuevas generaciones de artistas circenses por aquellos tiempos. Montado con sus niños en un viejo camión IFA y recorriendo en pleno periodo especial todos los territorios de la provincia Espíritus a. Excelente persona y amigo. Llegué a ti querido amigo mis más sinceras felicitaciones por tan alto reconocimiento a nombre de todos los que te queremos. Un abrazo

  2. Conoci a Esmer, una de las personas mas humildes que imaginarse pueda, alguien que cuando fallezca -y espero que sea bien tarde-, cumplira con creces la maxima del Maestro, «la muerte no es verdad cuando se ha cumplido bien la oba de la vida». Ah! Y si tiene ocho decadas de vida no puede ser nonagenario, aunque todos esperamos que llegue a serlo.

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