El segundo juego de la jornada entre Tigres y Gallos de la categoría sub 23 transcurría tranquilo. Corría la parte baja de la sexta entrada en el estadio José Antonio Huelga y el cargabates de Sancti Spíritus ya estaba a punto de recoger los implementos.
Pero de repente, en medio de un corring hacia primera base de un bateador local, un roce innecesario con el jugador de Ciego de Ávila desató la furia. Puñetazos, patadas, bates en mano desde los bancos, tumulto de peloteros. En fin, que en materia de disciplina es uno de los sucesos más lamentables ocurridos en el Coloso de los Olivos.
Y duele. Duele que este nacional de la categoría sub 23 cargue desde ya con semejante mancha. Y si se habla de inculcar valores, ejemplo, entrega; habrá que sumarle también disciplina y caballerosidad.

Son los árbitros y cuerpos de dirección los responsables de mantener controlado el juego y a los atletas, y cuando hay un desliz, si no se corrige el rumbo a tiempo, llega el altercado.
Resultado: 10 peloteros expulsados y en espera de lo que decida la Comisión Nacional. Dos equipos diezmados para su venidero compromiso y una imagen fatal que, en nada ayuda a nuestro maltrecho béisbol; que no es cualquier deporte, es pasión, cultura, identidad.
Y por si fuera poco, peloteros juveniles que competirán en su nacional desde el venidero lunes, ocupaban espacio en el graderío. ¡Qué ejemplo!

La guapería del béisbol debe ser otra, la de la entrega y el respeto al contrario, la de poner por delante la virtud, esa que enaltece la competición. Esa es la pelota que debe ser, no la que ensombreció de la mano de la violencia el estadio José Antonio Huelga en la tarde de este sábado.
Imitan las conductas antisociales de sus tiempos en el campo deportivo. Leyes flojas a deportistas flojos. Reglamento suave a niños débiles. Quien no es capaz de respetar a su director, al árbitro o al rival, sencillamente se equivoco de profesión y debe educarse con la sanción.