Fotograma teatral

Tres jóvenes actores merecieron este año el Premio Provincial de teatro Hugo Hernández

Daimel, Yojandry y Franklin, jóvenes actores espirituanos. (Fotos: Facebook).

Andan por la vida en muchas otras pieles. Sienten. Ríen. Lloran. Personajes que llegan. Algunos se van. Otros se quedan para seguir juntos el camino porque las ovaciones y el cariño de quienes los disfrutan les impiden desprenderse de esas criaturas escénicas que, a golpe de mucho estudio y entrega, forman parte de sus experiencias diarias.

Lo saben bien Daimel Cuervo Cobo, Yojandry Naranjo, Pachy, y Franklin Romero Benítez, jóvenes actores espirituanos que han venido madurando como seres humanos y como artistas. El mundo de las tablas los cobijó hace tiempo y, desde esa primera vez, les ha sido imposible decirle adiós al teatro. Coinciden en ser tres vidas prácticamente moldeadas entre tramas, vestuarios, maquillajes, sonidos, iluminación, proyección escénica…

“Todo empezó con Pablo Dalmau —refiere Daimel, hijo de la tercera villa de Cuba—. Me propuso que hiciera la música en vivo de un espectáculo que montaba con los muchachos del grupo humorístico Electroshow. Se llamaba la obra Jodederas del Decamerón. En medio del montaje me vi dándole vida a una monja de uno de los cuentos”.

Fue ese el inicio. De aquellos días en que le era necesario arrancar sonrisas a fuerza de textos simpáticos queda el criollismo de un hombre que no depone su amor por el arte.

“En ese grupo permanezco un tiempo hasta que Manuel Alberto García me llamó para formar parte de Teatro La Caridad, agrupación dramática que existió en la Ciudad Museo del Caribe hasta su disolución y semilla de lo que es hoy Teatro La Trinidad, bajo la dirección de Yanny González y, por cosas de la vida, lo dirijo en estos momentos”.

Ha sido esa la escuela-casa de Daimel Cuervo Cobo. Las tres viejas, Baños públicos S. A., TabúCaniquíCandelaria Bonachea, Génesis y Ópera pánica son algunas las obras que han palpitado bajo su piel. En cada puesta ha presentado sus más íntimas esencias.

“En este oficio nunca terminas de aprender, así que nuestra agrupación me ha aportado conocimientos, crecimiento personal, angustias y alegrías”.

No ha sido fácil plantar bandera en Trinidad, una urbe donde confluyen demasiadas expresiones artísticas y, por lo general, lo más seguido no tiene la mejor factura.

“Hay que respirar, contar hasta 10 o 20 y tratar de continuar con la misma energía e ilusión con la que empezaste. A veces es mejor no mirar a los lados. Por otra parte, tenemos un público fiel y a ese no podemos defraudarlo”.

Con esa divisa ha navegado desde octubre del 2007 Teatro La Trinidad y quienes han accedido a formar parte de esa gran nave cultural. Escenarios con todas las condiciones, cruzadas teatrales, espectáculos en la calle… todo o casi todo está en el currículo de Cuervo Cobo.

“En nuestra provincia hay muy buenas agrupaciones tanto para adultos como para el público infantil. Podemos decir que contra viento y marea hemos sabido arreglárnoslo para llevar espectáculos de calidad”.

DOS LOCOS NO TAN BAJITOS

Yojandry Naranjo, Pachy, y Franklin Romero Benítez, quizás no se han sentado a meditar en cuántos puntos sus carreras se han encontrado de frente. Ambos iniciaron en Teatro Garabato con José Ángel Meneses de profesor y guía. Disfrutan el trabajo para los niños. Creen con total convicción en que pueden incidir en el crecimiento espiritual de quienes van a la sala oscura.

“En el segundo año del Instituto Superior de Arte (ISA), donde cursaba actuación, la cual no pude terminar por varios problemas, ya había decidido que el teatro era parte indisoluble de míi”, rememora sin titubeos Pachy al volver las páginas de su vida hasta el 2000.

Dos años después regresó a Sancti Spíritus con algunos saberes academicistas y una pasión inmensa que encontró resguardo y avivo en el proyecto Garabato.

“Cuando salía por las calles habaneras con mis amigos del ISA siempre les llamaba la atención cómo reaccionaba al cruzarme con un pequeño. Me encantaba decirle algo y, de ahí que me gané que me dijeran que sería actor infantil, porque según ellos tenía un niño adentro”.

¡Y no se equivocaron! Desde hace 13 años, las artes escénicas espirituanas se prestigian con las propuestas de Teatro Parabajitos con unos cuantos montajes, premios y ovaciones del público.

“Es como uno de mis hijos. Una de esas pasiones que construí, atesoro, cuido y que no permito que le hagan daño”.

Tanto en su sede en los Olivos II, en la villa del Yayabo, en la serranía espirituana, en el mismísimo corazón del Reparto Escribano o desde el balcón de su otrora casa cuando la covid nos obligó estar encerrados ha derrochado su talento ese proyecto. Música en vivo o grabada, títeres, juegos, historias… han sabido cosechar un buen teatro.

“Siento la necesidad de estar activo. Al teatro hay que alimentarlo constantemente. Aparte de ser necesidad, siento placer. Uno se debe al arte y a los públicos. Y en el caso del infantil es el más exigente. De ahí que resulta uno de mis retos conquistarlo. Los niños y las niñas son los más sinceros y eso es el mejor termómetro para el arte.

“Por eso, apostaría de nuevo por el teatro, porque es la manera que tengo para realizar y transformar la sociedad. Es una herramienta que concientiza, forma valores y la más fiel de las opiniones las encuentras en los infantes. Por ellos, seguiré”.

Habla con pasión y convicción. Las mismas que lo acompañan cuando en otros escenarios alza su voz para reflexionar sobre la salud del movimiento escénico espirituano.

“La creación teatral aquí es variada. Tiene varias agrupaciones con líneas de trabajo, estéticas y potencialidades bien definidas. Pero la creación está atravesando por un proceso de retos, muchos: económicos, tecnológicos, de diseño, de reestructuración, de adaptación a grandes cambios.

“Competimos con una aplastante industria cultural, por lo que diseñar propuestas atractivas y novedosas será lo único que nos permita atraer a los públicos. Por otra parte, la compleja situación económica del país nos ha obligado a tomar alternativas. No lo viví como actor, pero estamos regresando a los años 90, cuando se recurrió a los escaparates en busca de materiales en desuso para hacer las creaciones.

“Creo que son tiempos en que los artistas precisamos concientizar que nuestro arte tiene que ser rentable, ya sea por la Resolución 70 de Ministerio de Cultura u otras alternativas. Ahora, lo que sí tiene que suceder es que las autoridades a cargo tienen que facilitarnos la comercialización sin tanta burocracia, porque eso nos permitirá buscar sustentabilidad económica y calidad”.

Por su parte, Franklin Romero Benítez perdió su nombre ya hace un tiempo. Para unas cuantas generaciones es Crespín, la criatura escénica inquieta y risueña que despabila almas.

“Desde niño siempre me interesé por el mundo del arte. Un día conocí que José Meneses hacía talleres para jóvenes y me presenté con el fin de aprender y para prepararme para ingresar en la enseñanza artística”.

Un tiempo en Teatro Garabato, otro en Piramidal y, luego hasta hoy de vuelta a donde ha podido crecerse con la Negra Fuló, en Yayaberías, A puntas, Más allá de sus narices, De cómo su majestad Don Sarco II nunca perdió su corona o Saltimbanquiando han confirmado que no está en el lugar equivocado.

En todos estos años sobre el escenario, Franklin ha podido demostrar su histrionismo como artista dramático y como clown. Mas, resulta casi un imposible desprenderse de la nariz roja, peluca tricolor e inmensos espejuelos.

“El clown ha sido el personaje que siempre voy a tener conmigo porque es como otro niño que disfruta de la vida. He compartido con muchos actores que respetan el trabajo para el público infantil porque es muy fuerte.

“Un verdadero reto seducirlos”, asegura quien gracias a su talento y constancia se ha convertido en el amigo de muchos locos bajitos. Entrega que junto a la de Daimel y Pachy fue reconocida con el Premio Provincial de Teatro Hugo Hernández.

“El teatro me permite jugar con todas las vidas que no voy a tener. Hace que apueste por ser esas otras personas, jugar con mis propios miedos, sentimientos, emociones —concluye quien es Licenciado en Psicología y cursa una Maestría en Identidad cultural—. Sentir el cariño del público te hace mantenerte vivo”.

Lisandra Gómez Guerra

Texto de Lisandra Gómez Guerra
Doctora en Ciencias de la Comunicación. Reportera de Radio Sancti Spíritus y corresponsal del periódico Juventud Rebelde. Especializada en temas culturales.

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