Tiene porte de galán, sonrisa transparente y unos ojos profundos que combinan a ratos con su camisa verde olivo. Así lo conocí 25 años atrás, tal vez en este mismo pasillo de la emisora provincial Radio Sancti Spíritus, donde ahora conversamos en esta tarde llena de evocaciones. Apaga su cigarro y respira. Solo falta el café.
El tiempo no parece pasar para Erick Rodríguez Hernández, aunque las canas plateadas, indiscretas, delaten sus más de cuatro décadas.
Recuerda cada detalle con la precisión de un reloj suizo. Se ilumina su mirada cuando habla de esa gran pasión que llegó por casualidad y ahora le consume no solo las horas, sino el corazón mismo.
“Mientras estudié cinco años de Letras en la universidad nunca tuve la más mínima inclinación por la radio —revela—. Llegué por carambolas del destino, en una plaza que no tenía mucho que ver con la realización artística como tal. Pero a la semana de estar aquí ya estaba convencido de que quería pasar el resto de mi vida laboral en Radio Sancti Spíritus. Fue así, un amor a primera vista que dura hasta hoy”.
Un amor a prueba, digo yo. “No ha sido un lecho de rosas”, riposta él. La aventura, que comenzó casi como espectador en el Grupo de Monitoreo de Programas, ha llegado más lejos.

EL CAMINO HA SIDO ARDUO, PERO HERMOSO
Con esa aureola de descubrimiento que la radio provoca, Erick comenzó a explorar y quedó, para siempre, prendado de sus encantos.
“Comencé a interactuar con el área de Propaganda hasta que finalmente me decanté por esa labor y estuve 14 años. Ahí sí ya me sumergí por completo en la realización y comencé a ver mis primeros pasos en este arte de hacer radio”.
Más tarde, la experiencia inaugural frente a los micrófonos de una cabina, que aún permanece intacta en el guion de la memoria.
“Yo vivía en Zaza del Medio, a 10 kilómetros de aquí. Lídice Palmero y Jorge Farías tenían un programa los sábados en la noche, ocho y media, y ellos me dieron la posibilidad de realizar una sección que se llamaba “Déjame entrar”, que pasó a los domingos; pero en esos primeros tiempos, verano del año 2002, yo venía de Zaza los sábados en la tarde y cuando terminaba regresaba a mi pueblo. Tuve noches de caminar desde la emisora provincial hasta la Rotonda, con tal de venir a ese programa de radio. Ese fue el primer producto que pudo salir al éter con mi sello. No puedo olvidarlo”.
¿Cómo el primer amor?
“Sí, más o menos —dice mientras sonríe grande, otra vez—. El camino ha sido tortuoso, arduo, pero muy hermoso”.
Y en ese camino también ha habido momentos difíciles, de crecer, de enfrentar, ¿cuáles han marcado la historia?
“Sí, momentos difíciles, momentos terribles. Digamos que la pandemia fue uno de ellos. Nos marcó un antes y un después. Luego de la pandemia ya nada fue igual. En mi caso, había perdido a mi mamá. Y son momentos duros que, cuando tú analizas, te das cuenta también de la capacidad salvadora que puede tener esta profesión que hemos elegido, este camino artístico que nos ha encontrado o al que nosotros hemos encontrado. Aquí hemos llorado, aquí hemos reído, aquí hemos sufrido, aquí hemos sentido la mayor alegría del mundo y en estas paredes está la mayor parte de nuestras vidas. Aquí ha quedado la huella de todos los que me antecedieron, de los que me acompañan, y ya se anuncia la huella de los que vendrán”.
EL OSCAR DE LA RADIO
En sus distintas facetas como realizador radial, el nombre de Erick Rodríguez Hernández ha venido escalando los peldaños del talento, la creatividad y, también, de la distinción.
De tal suerte, ha merecido, año tras año, no pocos lauros en certámenes de la provincia y del país.
Pero el 2025 le ha traído, quizá, la mayor de las recompensas: Gran Premio del XXXVI Festival Nacional de la Radio por su programa cultural El Pelú de Mayajigua, la odisea de un mambí.
“No es que trabaje por premios, pero el premio viene a ser el reconocimiento al que uno aspiraba en algún momento. Sin duda, cuando tú creas un programa de radio, desde la propia idea, le pones lo máximo de ti y siempre sueñas, cómo no, que puedes ganar en un evento de esta magnitud. La idea es tentadora. El salto en el estómago nunca me abandona. Pero cuando al final eres tú, entonces la cosa cambia, la satisfacción es mucho mayor, porque este es como nuestro propio Oscar”.
¿Y por qué el deslumbramiento por ese personaje?
Porque era una deuda, primero con la espiritualidad, con lo nuestro. Y una deuda después conmigo. Y tiene la intención, sobre todo, de dar a conocer la épica de ese personaje, relatar detalles que creo que vale la pena conocer acerca de ese hombre.
“Poder contar la historia y que guste es muy gratificante. Y cada vez que lo vuelvo a escuchar siento algo nuevo, algo diferente, algo distinto, algo lindo en mí. Además de que el Pelú de Mayajigua es un ejemplo de resistencia, de resiliencia, de capacidad de sobrevivir a todos los obstáculos”.
Como acto final de justicia, hace un aparte para su equipo de trabajo, un haz en el que no solo la dirección tiene la clave.
“El equipo debe responderte. Pero un equipo no te responde porque tú impongas tu autoridad. Eso importa, pero el colectivo responde porque ve tu ejemplo; ve cómo actúas, lo que eres capaz de lograr. Lo enamoras y cuando ese velero eche a andar, bueno, ya hay unas cuantas olas vencidas y puede navegar. También estoy tratando con profesionales de alta valía”.
UNA DULCE LOCURA
Erick habla sin pausas; de radio y de otras pasiones: la música, los libros, el cine, la amistad… También de aprensiones. “A veces me lamento de los días que pasan, de los meses que se van. Me preocupa el tiempo. Pero bueno, es el tiempo que nos ha tocado”.
La tarde parece escurrirse en fade, con la música que dejan a su paso las emociones. Y cuando parece que ya se había dicho todo en este diálogo sin protocolos, que es acaso también una deuda espiritual de dos amigos entrañables de más de un cuarto de siglo, sus ojos grises se opacan con efectos de lágrimas y llega, sutil, el desenlace de esta historia de amor.
“Pienso que he logrado más de lo que alguna vez soñé. Nunca esperé llegar tan lejos, nunca, jamás, te lo juro. Simplemente hice lo que mi corazón me ha dictado durante todos estos años lo mejor que he podido y he sabido, que no es lo mismo que ser el mejor.
“He tenido la oportunidad de interactuar con figuras eminentes de este país, referentes míos; he tenido oportunidad de ser aplaudido en escenarios fundamentales como el teatro Carlos Marx, también recibiendo premios. He podido contar las historias que he querido contar. He trabajado con colegas geniales y me duele mucho cada vez que prescindimos de uno por alguna razón, eso me duele mucho, es un espacio vacío que no es fácil volver a llenar. Pero bueno, aquí seguimos, contra viento y marea en una dulce locura; con las velas abiertas en este mar a veces apacible; otras tormentoso, pero nuestro mar, y a algún buen puerto siempre llegaremos”.
Escambray se reserva el derecho de la publicación de los comentarios. No se harán visibles aquellos que sean denigrantes, ofensivos, difamatorios, o atenten contra la dignidad de una persona o grupo social, así como los que no guarden relación con el tema en cuestión.