Hogar de Ancianos San José: la joya olvidada

Casi al borde de sus primeros cien años, el hogar de San José recupera solidez y lozanía. Una cuadra más allá la ciudad se interna de lleno en la maleza. Basta que un transeúnte despistado siga camino, Paseo Norte arriba, para que se dé de bruces frente a la explanada

Patrimonio ha asesorado la intervención en el inmueble. Casi al borde de sus primeros cien años, el hogar de San José recupera solidez y lozanía. Una cuadra más allá la ciudad se interna de lleno en la maleza. Basta que un transeúnte despistado siga camino, Paseo Norte arriba, para que se dé de bruces frente a la explanada montaraz que ha fungido como límite natural del pueblo desde hace siglos. Una cuadra más allá, a Sancti Spíritus se lo tragó la tierra.

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Hogar con traje nuevo

Al menos así les parece a Orlando Palmero y a Darelio García cuando, trepados como gatos en la azotea del Hogar de Ancianos San José, siguen con la vista la línea recta del paseo arbolado que nace a su izquierda, pasa con desparpajo de hormigón frente al asilo y desemboca en el monte; así les pareció, de seguro, a las sucesivas generaciones de viejecitos sin hogar ni vías de sustento que han habitado el hospicio desde la década de 1920.

Casi al borde de la ciudad se erige el inmueble que algunos llaman la joya olvidada de la cuarta villa, una edificación ecléctica cuyos valores más perdurables no radican en la armonía de sus elementos arquitectónicos, sino en la persistencia con que se ha consagrado a una sola función: acoger a los ancianos desamparados en todas las épocas.

Cuenta la prensa de 1926 —y lo repite la de estos tiempos— que la pretensión de levantar el asilo llegó en las maletas de dos monjas españolas: sor Isabel y sor Ramona del Corazón de Jesús, aunque fuentes de la Iglesia católica aseguran a Escambray que las religiosas realmente pertenecían a las Hermanitas de los Ancianos Desamparados.

De una u otra congregación, lo cierto es que llevaron a cabo un largo y azaroso peregrinar por el Sancti Spíritus de 1916 con la idea a cuestas hasta que Concepción Iznaga, viuda de Reyes, consintió sufragar la construcción del asilo. Mientras se levantaban los pabellones y se acondicionaba el inmueble, los inquilinos habitaron provisionalmente la Quinta Santa Elena, hasta que en 1920 fueron trasladados hacia la edificación aún sin terminar.

Desde entonces, a la obra le han crecido adosados, incluso una capilla de evidentes influencias neogóticas; ha transitado por períodos de mayor o menor bonanza económica; ha asistido a algún que otro pasado de mano, pero nunca hasta el 2014 había recibido los beneficios de una reparación capital que le devolviera solidez a la estructura resquebrajada durante años.

“El asilo lloraba ante los ojos de Dios —comenta una vecina que suele frecuentar los salones, termo en mano, para compartir café con buena parte de los 84 ancianos que habitan el centro—. La parte de atrás estaba que se caía, debe ser por eso que allí se han demorado tanto”.

Su percepción coincide con el criterio técnico del personal administrativo y de una veintena de trabajadores por cuenta propia que desde el pasado febrero repellan muros, enmiendan instalaciones eléctricas e hidrosanitarias, impermeabilizan la cubierta y aplican sucesivas capas de pintura en un ejercicio de enmascaramiento de las arrugas que han venido ejecutando por etapas.

“Ha sido un trabajo muy difícil porque es como poner nueva a una señora mayor —ilustra Adalberto Martínez, jefe de la brigada—. Vaya, es una vieja con colorete, pero con colorete bueno de verdad”.

De la constancia con que se ha laborado se atreve a dar fe Yosvanis Vázquez Ramírez, actual director del Hogar de Ancianos, quien a su vez reconoce la complejidad de llevar a cabo las acciones constructivas en medio de la vorágine diaria.

“A veces la brigada está arreglando una habitación y los ancianos intentan entrar o no entienden por qué los han cambiado momentáneamente de sus pabellones habituales; también están los que se han encariñado con los constructores, hay de todo”, sostiene Vázquez Ramírez.

Consciente de que no solo a golpe de tenacidad se salvan los inmuebles de antaño, el Centro Provincial de Patrimonio Cultural estableció los linderos de la reparación y sus especialistas velan para que no se violenten vanos y muros más allá de lo estrictamente necesario. En la concreta, sin embargo, no siempre se cumplen a rajatabla las regulaciones en una edificación que —vale aclararlo— tampoco es el diamante del Capitolio.

Quizás no lo sea para los expertos, pero para los ancianos, sí: con sus altos puntales, la silueta geométrica que remata su fachada, los pasillos que circundan el casi onírico patio interior y la otrora capilla, devenida sala de visitas, el Hogar de Ancianos San José recupera de a poco la imagen de recodo bucólico con que fue erigido hace más de 90 años a solo unos pasos de que Sancti Spíritus se interne sin remedio en el monte.

Gisselle Morales

Texto de Gisselle Morales
Periodista y editora web de Escambray. Premio Nacional de Periodismo Juan Gualberto Gómez por la obra del año (2016). Autora del blog Cuba profunda.

4 comentarios

  1. Me alegra que alguien se halla acordado de la existencia del Hogar de Ancianos, tanto para su reconstrucción como su dibulgación, pues hace ya algún tiempo que allí se llevan estas labores y parece ser un lugar olvidado. Solo espero que todo termine para bien de la edificación y de los ancianitos que en él viven .

  2. samuel rodriguez

    me alegra esa noticia debemos dignificar aquellas personas que cuando eran mas jovenes contribuyeron al crecimiento y desarrollo de la sociedad

  3. Que bueno que se acordaron de Los pobres ancianos, que estaban olvidados entre cuatro paredes llenas de Moho….. Ahora Luce como Tenia que haber stado desde siempre……

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