Camilo: El niño de Emilia y Ramón

“Todos los niños juegan, dicen algunos, todos son inocentes y graciosos, todos hacen travesuras, porque ello va con esa etapa de la vida”, sostienen otros, pero existen rasgos, detalles, actitudes, influjos, que individualizan a algunos, destinados a trascender los elementos distintivos comunes para proyectarse como seres excepcionales llamados a ser

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Con Fidel y el Che en la terraza norte de Palacio, en el acto donde pronunció su último discurso.

“Todos los niños juegan, dicen algunos, todos son inocentes y graciosos, todos hacen travesuras, porque ello va con esa etapa de la vida”, sostienen otros, pero existen rasgos, detalles, actitudes, influjos, que individualizan a algunos, destinados a trascender los elementos distintivos comunes para proyectarse como seres excepcionales llamados a ser personalidades destacadas y hasta héroes excelsos de la Patria; Camilo Cienfuegos Gorriarán era uno de ellos.

 

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De entrada, Camilo no tuvo la suerte de nacer en hogar boyante, pues sus padres, Ramón Cienfuegos y Emilia Gorriarán eran emigrantes hispanos muy pobres, que dependían del mísero salario del progenitor como empleado de sastrería con trabajo intermitente y frecuentes crisis cuando quedaba cesante, lo que exigía de la familia mudarse a menudo en pos de un alquiler más bajo.

Camilo no fue el primero de los hijos del matrimonio, pues en 1929 nació su hermano Humberto y en 1931, Osmany, por lo que la madre anhelaba con pasión una hija, y cuando al amanecer del 6 de febrero de 1932 la comadrona se asoma a la puerta de la habitación con la criatura en brazos y le grita a Ramón: “…otro macho”, este exclamó: “¡Qué pena! ¡Emilia quería una hembra! —hace una pausa— y con una franca sonrisa agrega: Bueno, de tres, tres… por lo visto los Cienfuegos no se rajan, como decía mi padre, y por eso llevará su nombre: ¡Camilo!”.

BROMISTA NATO

Ya viviendo en La Habana Vieja, a donde se mudaron cuando Camilo tenía poco más de dos meses de nacido, el niño rubio que crece alegre, con sonrisa de dientes perfectos, causa admiración en la gente. Pasa el tiempo, tres, cuatro años y una vecina advierte a Emilia acerca de que gitanos se están robando a los niños bonitos, que tenga cuidado.

Ocurrió que una noche Camilo no apareció a la hora de acostase y sus padres examinaron toda la casa preocupados, y mientras Ramón se vestía para salir a la calle a buscarlo, Emilia fue a una puertecita en un rincón de la vivienda, la abrió y allí estaba el ladino agachado, calladito, muerto de risa. Era, quizás, la primera broma de alguien que tendría siempre un excelente sentido del humor.

Obligada por las penurias económicas, la familia se muda de nuevo en 1937 para una casa en peor estado pero mínimo alquiler situada en San Francisco de Paula, frente a la familia Rabaza, con la que establecen una profunda amistad. Con cinco años cumplidos, Camilo empieza a asistir al kindergarten, donde continuó vivaz y bromista.

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Entre sus padres, Ramón Cienfuegos y Emilia Gorriarán.

De esta etapa, recordaba su padre: “Camilo fue un niño alegre, jaranero, sociable. No creo que existiera en el barrio un muchacho que no fuera amigo de él. Pero cuando te digo esto, también quiero que sepas que cuando el momento lo requería, era muy serio”.

Según su amigo de la infancia José Antonio “Tato” Rabaza, Camilo fue distinto a sus hermanos. “Sin duda, Camilo tuvo un carácter más travieso que los otros; y no solamente más travieso, sino más rebelde. De pequeño, el que más se fajaba era Camilo”. No obstante, preciso es señalar que solo acudía a los puños, cuando él o alguno de sus íntimos eran objeto de grave ofensa o ultraje.

SE INSINÚA EL FUTURO GUERRILLERO

Como sus hermanos Humberto y Osmany, Camilo asistió a la Escuela Pública 105 “Félix Ernesto Alpízar, de la Calle Dolores, en Lawton, donde ingresó en septiembre de 1939. Allí, recordaba el padre, el pequeño se aficionó mucho por la Historia, que pronto fue su asignatura favorita y demostró pasión por conocer la vida de nuestros patriotas, en especial la de Martí, Maceo, Máximo Gómez…

Rosario Rabaza, “Charo”, recordaba siempre a Camilo tirando con una escopetica de pellets con su hermano Tato, a ver cuál de los dos rompía más botellas o pomos, y también haciendo ejercicios o levantando pesas. Desde muy pequeño le gustaba montar bicicleta y con el tiempo se aficionó a la natación, la pesca y las grandes caminatas por el campo. En el futuro llegaría a ser miembro del equipo campeón de voleibol de las escuelas superiores y aceptable pelotero.

Con todo ello Camilo ganó en resistencia y flexibilidad, lo que, unido a su temperamento, lo hizo dinámico y arriesgado, aunque su constitución física no era fornida. Delgado y tenso como alambre acerado, se iban dando en él las condiciones para el guerrillero que luego llegaría a ser.

La atracción por el género femenino era innata en Camilo. Su hermano Humberto expresó haberle conocido a Camilo varias noviecitas, “pero la que siempre le gustó fue Paquita Rabaza, la hermana de Tato; por eso casi siempre estaba en la casa de ellos, en San Francisco de Paula”.

La aludida refirió:Yo lo veía, cuando niño, con otros amiguitos

cazando mariposas por los montes de San Francisco de Paula, que luego metían en un pomo; al final de ver quien cogía la más linda, las dejaban en libertad”. Su evocación remite inmediatamente a la memoria un verso inolvidable de Martí, lúcido y tierno:

Por la orilla de un estero, detrás de un sicomoro

Iba un niño travieso cazando mariposas

Las cogía, les daba un beso

y después las soltaba entre las flores

VOCACIÓN INTERNACIONALISTA

No resulta común en un niño sentir el deseo y la conciencia de ayudar a otros, máxime si son extranjeros, pero Camilo era Camilo. Su padre Ramón evocaba que durante la Guerra Civil en España —1936-1939—, el niño salía con él y con Emilia para hacer colectas y por las noches en casa de los Rabaza, ayudaba en las costuras de prendas de ropa que después se enviaban para la Barcelona asediada por los fascistas.

No conforme con eso, decidió guardar los centavos que le daban para la merienda y cuando tenía algo ahorrado se los entregaba a sus padres, quienes contribuían económicamente con el Hogar de Niños Españoles en La Habana, el cual mantenía a 75 huérfanos.

La vocación patriótica de Camilo estaba a flor de piel. Su maestro Rodolfo Fernández contó que, como era habitual en todas las escuelas, cada 20 de mayo era obligatorio realizar una fiesta cívica en cada plantel. En el acto organizado en la suya, varios alumnos declamaron poesías, entre ellos Camilo, quien recitó su poema preferido: Mi bandera, de Bonifacio Byrne.

No le era posible imaginar a aquel vivaz y enérgico niño —ni a quienes le rodeaban—, que años más tarde la estrofa final de esa composición poética la utilizaría el 26 octubre de 1959 desde un balcón del antiguo Palacio Presidencial para arengar emocionado al pueblo en defensa de la patria amenazada, a escasas 48 horas de su desaparición física.

Nota: Este trabajo está basado en los textos Camilo, Señor de la Vanguardia y El joven Kmilo, del General de Brigada ® William Gálvez Rodríguez.

Pastor Guzmán

Texto de Pastor Guzmán
Fundador del periódico Escambray. Máster en Estudios Sociales. Especializado en temas históricos e internacionales.

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